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EL INFIERNO-II

15 julio 2016

¿Son todos iguales en el infierno? ¿Puede haber un «infierno  vacío»? ¿Cómo se demuestra la existencia del infierno? ¿Quién determina que alguien se condene? ¿Acaso Dios? ¿Y por qué Él permite la condenación de los que lo sean? Estos son los aspectos que abordamos en este penúltimo artículo sobre el infierno.- Miguel


EL SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA-VI: EL INFIERNO-II


Pinchad aquí para el artículo primero: Lo primero, la definición

Pinchad aquí para el artículo segundo: El pecado que nos escalda

Pinchad aquí para el tercero: Pero… ¡si yo no tengo fe!

Pinchad aquí para el cuarto: Pero.. ¡si yo no tengo pecados!

Para el quinto: El infierno-I, aquí.

Para el sexto: El infierno-II, aquí.

Para el séptimo: El infierno-III, aquí.

Para el octavo, “Yo me confieso con Dios”, aquí. 

Para el noveno, “¡Es que volveré a cometer los mismos pecados…!, aquí.

Para el décimo, «Pero… ¡es que me da muchísima vergûenza!«

Para el undécimo: «A vueltas con el dolor de los pecados»

De parte de Jesucristo -¡bendicto sea Él!-, sobró en su pasión rescate para salvar a diez mil mundos […], y si alguno se va al infierno, es porque no quiere gozar del rescate de Jesucristo. Por todos está pagado, y sobra, cuanto a la suficiencia. Como si estuvieren diez captivos en poder de moros, paga un mercader el rescate de todos ellos; viene uno de ellos y, por estar amancebado con una mora, no quiere salir del captiverio. De parte del mercader, rescatado está; atribuya el no salir a su mal recaudo.

San Juan de Ávila [*]

Enrique VIII […] estaba con Ana Bolena en una ventana del palacio, y los dos contemplaban absortos las estrellas misteriosas, brillantes. El corazón de la joven reina se estremeció […]:

– ¡Qué hermosa es la bóveda estrellada! Pero ¡cuánto más hermoso debe de ser lo que hay allá, más allá de las estrellas, junto a Dios!

El rey la cogió de la mano, la apartó de la ventana y, con la cabeza inclinada, no dijo más que esto:

– Ana, ¡aquello no es para nosotros!

Mauricio Rufino1


Todavía hay clases”


Por otra parte, hay que saber que tanto en el cielo como en el infierno “hay clases”, es decir, se goza o se sufre más o menos en virtud de la mayor santidad de cada uno (si hablamos del cielo) o en virtud de la mayor pecaminosidad (si del infierno hablamos). Es cosa que saben pocos, pero es así, o Dios no sería justo al asignar una felicidad igual en el cielo o permitir un solo e igual grado de tormento en el infierno.

¿Un infierno “vacío”?


¿Qué más? Como, ciertamente, nos cuesta esta creencia en el infierno, algunos han tratado de compensarla hablando de un… “infierno vacío”, o, mejor, una posibilidad de un estado en el cual, a la hora de la verdad, no se encuentra nadie. Hemos de lamentar -como Dios lamenta- que no sea así. Jesús enseña que “ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mt 7,13), hay en el Nuevo Testamento diversas listas de pecados que conducen al infierno -y sabemos que hay muchos que los cometen-, etc.

Argumentos para el infierno


¿Y qué argumentos nos prueban la existencia del infierno? Los tomo de Benedicto XVI. Uno es


la necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos


Benedicto XVI, enc. Spe salvi (2007), n.º 43


Pero el Papa hoy emérito los deja atrás en seguida para dar otro más potente:


Existe una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho. Por eso la fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna (…). Solo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva (…). La gracia (…) no es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra este tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón, por ejemplo, Dostoyevski en su novela Los hermanos Karamazov. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada.


Ibíd., 43-44


Viaje al infierno


-Señor cura, y al infierno, ¿por dónde hay que ir?

Mucho, mucho, muchísimo cuidado con lo que viene ahora. En la conciencia de los cristianos ha habitado demasiado tiempo la idea de que al infierno se va uno, si ha sido malo, porque lo envía Dios.

Y de eso, nada, monada. Dios no ha enviado al infierno nunca jamás a nadie. No hay nada más contrario a la voluntad de Dios que irse al infierno. Se va el pecador por propia voluntad. Enrique VIII le dice a Ana Bolena, no que no tienen perdón de Dios si se arrepienten (sabrá que sí), sino que no quieren desandar lo andado, y, por voluntad soberana -y bien soberana- se van al infierno derechos y corniveletos. Y parece ser que un exorcista conminó a un demonio diciéndole: “¡Vuélvete al infierno que Dios creó para vosotros!” Y la respuesta fue: “¡El infierno no lo creó Dios…! Lo hemos creado nosotros.”

San Juan Pablo II enseñó que el infierno


no se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida”.


Audiencia general, 28/7/99


En su enseñanza,


La “condenación” no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso Él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La “condenación” consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.


Ibíd.


Es decir, daos cuenta: el trabajo lo pone el pecador; Dios solamente “ratifica ese estado”, como quien firma la sentencia redactada, durante toda una vida, por otro.


La única e irremediable desgracia es la de encontrarse algún día sin habernos arrepentido delante de un Dios que perdona.


Georges Bernanos, cit. por Fernand Lelotte, Ráfagas, Sígueme, Salamanca 19682, 64


Y es ahora cuando puede expandir todo su potentísimo sentido –como un velamen augusto- otra sentencia del mismo Bernanos, que nos da a entender tanto las causas de la condenación como el contenido mismo de esa condenación, es decir, las penas de daño y de sentido. Le bastó con decir:


El infierno es haber dejado de amar.


Georges Bernanos, cit. por Antonio González, Frases de sabiduría, CCS, Madrid 19992, 28.


Una pregunta…


– ¿Y por qué Dios no impide que el pecador vaya al infierno?

Buena pregunta. Por ese misterio insondable de la libertad humana, que, si no me fallan a mí las cuentas, Él no ha coartado ni una vez a nadie. Él, por esa ley para nosotros misteriosa de la libertad, permite que el que quiere se condene. Y es que, en la medida en que Dios respeta nuestra libertad, el pecador no le deja hacer nada; les pone cepos a sus manos salvadoras.

¿Y solo pregunta usted eso, o pregunta también por qué permitió la muerte de su propio Hijo, a causa, precisamente, de todos esos pecados?

En la estela de Boecio (s. V), lo mismo que nos preguntamos: “Si Dios existe, ¿de dónde el mal?”, podemos preguntarnos: “Si Dios no existe, ¿de dónde el bien?”2 Y si alguien se niega a admitir un Dios misterioso, sepa que rechaza cualquier Dios, porque un Dios que nos cupiese en la cabeza no sería Dios.

Y llora Dios, poderosamente mi Dios gime y llora, cuando alguien toma el camino del infierno. Me lo imagino diciéndole: “Hijo mío, yo te hice y tenía preparado algo mucho mejor para ti… Pero, ya que quieres…, anda; toma víveres para el camino, y vete. Pero compréndeme y perdona si yo, mientras tanto…, me escondo aquí a llorar en un rincón.”


[1] Vademécum de ejemplos predicables, Herder, Barcelona 1962, n.º 1878.

[2] Boecio, De consolatione philosophiae, 1, 4: Migne, Patrologia Latina, 65, 625..

[*] Sermón 65 [2], en la Anunciación del Señor: OO. CC., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2000, 880.

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