Que se les hable de Dios
Lo que los hombres quieren, lo que esperan -aunque muchas veces no sepan o no se den cuenta de que lo quieren y esperan- es que el sacerdote, con su testimonio de vida y con su palabra, les hable de Dios. Y si el sacerdote no lo hace así, si no los busca para eso, si no los ayuda a escuchar, a descubrir o a comprender rectamente la dimensión religiosa de su vida, entonces el sacerdote los defrauda, como los defraudaría un bombero sin agua, un tabernero -perdone usted el símil- que despachase leche, o un médico que no se atreviese a diagnosticar y a recetar. Hoy, los hombres exigen ciertamente que se les hable de una manera bien determinada -positiva, vital, adherente a sus problemas espirituales y humanos concretos, alentadora y llena de ese optimismo cristiano que se llama «espíritu pascual»-, pero quieren y esperan que se les hable de Dios, y que se les hable abiertamente, porque ya hay demasiadas cosas en su vida social que lo ocultan. Se dan cuenta de que Dios les hace falta. Hasta el más solicitado por la prisa de sus mil ocupaciones diarias, hasta el más alejado o el que aparenta mayor indiferencia: todos, de una manera o de otra, con mayor o menor conciencia o lucidez, llevan a cuestas ese problema existencial de Dios. Y el sacerdote -homo fidei, Evangelii minister, educator in fide[1]– tiene ese como primer deber de su ministerio: despertar esa luz o avivarla, traerla al plano de la conciencia personal.
En resumen, sincera humanidad en la forma y profundo espíritu sobrenatural en su contenido. El mismo decreto conciliar[2] enseña que la Eucaristía es fuente y cumbre del ministerio sacerdotal. Y en la eucaristía Cristo manifiesta enérgicamente al mismo tiempo la inefable proximidad a los hombres del Hijo del Hombre y el infinito amor salvífico del Hijo de Dios.
B. Álvaro del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, Rialp, Madrid 1971 (3), 154-156. El fragmento proviene de una entrevista, rev. Palabra, 5 (enero de 1966).
El Fichero, n.º 72
[1] Hombre de fe, ministro del Evangelio, educador en la fe.
[2] Se refiere al decreto Presbyterorum Ordinis.
Como se suele decir, tiene más razón que un santo. Hablar de Dios con palabras y con su testimonio interesándose y preocupándose por cada persona. Cuando alguno no hace eso tira para atrás, aleja. Le pido al Señor que seáis todos así.
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Y cuando no, llamadnos al orden.
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