RESUCITAR EL ROSARIO

De modo particular en este Año de la Misericordia, el Papa Francisco ha querido que cuidáramos el tono mariano de los días 8 y 9 del mes; y del día mismo 7, fiesta de la Virgen del Rosario, no ha dicho nada porque no hacía falta. Las fiestas tienen sus derechos. Nuestra reflexión estos días girará en torno al modo de rezar y al de enseñar a rezar el Rosario con autenticidad.- Miguel

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Celebramos

Celebramos hoy a nuestra Señora del Rosario. Alguien ha dicho, con acierto pleno, que «para una considerable mayoría de files, suprimir el Rosario sería suprimir a María». Así es: preguntad a una persona si tiene devoción a María, y en caso afirmativo, os dirá que reza el Rosario; como si no hubiese más formas de devoción a María, como si el Rosario fuese la mayor, la verdadera devoción a la Santísima Virgen…

Pero el fenómeno del Rosario alcanza una universalidad más que pasmosa. En la actualidad, son quizá cientos de millones los que se elevan diariamente a nuestra Reina. Los que se desgranan en los santuarios marianos son incontables. La Virgen de Fátima se presentó diciendo «yo soy la Virgen del Rosario». Y en todo ello está nuestra esperanza.

Seguid, tropel de cristianos, aupando a lo alto vuestras Rosas. Entregad, envueltos en ellas, vuestros corazones. Porque el Rosario…, el Rosario…: ¡algo tiene el  agua cuando la bendicen!

Pero somos

Pero somos tendentes a corromper las aguas más santas. No hablaré hoy -porque no es el tema- de lo que hacemos con los sacramentos: hablaré de lo que hacemos con el Rosario.

Y no siempre es por falta de formación. Me callo lo que iba a decir, pero, en un ámbito general, nos encontramos de ordinario con Rosarios que nos dejan sin aliento, aquellos cuya preocupación es terminarse cuanto antes. Entro en una parroquia, y oigo rezar el Rosario: todo seguido, sin nada de contemplación, a barullo.

Señores:

Señores: esto no es el Rosario. Si no hay contemplación, no hay Rosario, y se parece más al Rosario un cuarto de hora de meditación de los misterios que la recitación de cincuenta avemarías, sin contemplación, en media hora. O esa es, al menos, mi forma de ver las cosas. ¿Por qué? Porque el Señor dijo que “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mc 7,6). Porque Él dijo: «Llega la hora, y es esta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que Dios busca» (Jn 4,23). La pregunta del millón, rosariantes hermanos: ¿cuál es el elemento del Rosario que nos hace «adorar en espíritu, adorar en verdad»? Una segunda pregunta: quien no adora «en espíritu y en verdad» ¿cómo adora? Yo respondo: no concibo el Rosario sin una u otra forma de contemplar los misterios, y el que los contempla -no creo que hagan falta más requisitos- está rezando el Rosario «en verdad». El otro, lo que hace es rezar avemarías. No está mal. Pero no es Rosario, ni oxigena los pulmones del espíritu… con verdad; con verdad y con vida. Ya lo digo: rezar cuatro partes del Rosario sin contemplar los misterios es rezar una parte muy pequeña del Rosario. Quizá por ahí ande la diferencia esencial entre la oración y el rezo.

Y os doy mi fe y levanto testimonio de que el Rosario bien rezado es una experiencia altamente felicitante; de que mi convicción es que se conoce más a María rezando el Rosario que leyendo libros; de que así dejo que mi Señor y mi Señora se apoderen de mi vida, por la vía -entre otras, y en primer lugar los sacramentos- de la contemplación para la transformación de la vida; del trasvase de sus dos vidas a la vida mía.

Vayamos, pues, haciendo camino del Rosario fonético (o robótico) al Rosario de vida (y de mucha vida). Algunos aspectos que faltan aquí (manera de contemplar los misterios) los tenéis en la Máquina de maravillas, o el Rosario rezado de verdad.

Quisiera (pero mucho)

Quisiera invitar a los rosariantes profundos a que sean apóstoles de ello. Estoy convencido de que hoy urge una tarea de sanear el Rosario que hemos petrificado, tarea más importante, incluso, que la de ganar numéricamente más gente para el Rosario. Id, pues; y allá donde veáis esos rosarios horrorosos, hablad (incluso en público), con amabilidad y humildad, de la necesidad de contemplar; hablaréis también, por ejemplo, de la posibilidad de leer, entre el enunciado del misterio y la recitación, un versículo bíblico alusivo, o a veces, también, unas líneas de un santo. Si Dios me da fuerza, mañana lo tendréis aquí mismo en primer esbozo.

Resucitemos juntos el Rosario.