BENEDICTO XVI: EL PAPA DEL ASOMBRO-2
18 enero 2013
La mirada de María es la mirada de Dios dirigida a cada uno de nosotros. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice […]. Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios […]. Y los que, a los ojos del mundo, son los primeros, para Dios son los últimos; los que son pequeños, para Dios son grandes. La Madre nos mira como Dios la miró a ella, joven humilde de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús.
Discurso en el acto de veneración a la Inmaculada en la Plaza de España, de Roma. Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, 8 de diciembre de 2000.
4 comentarios
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Soy cura y hablo de Jesucristo 
Esta mirada contiene la oportunidad (nunca perdida) de enmendarnos, e incluso de vernos en el mejor de los aspectos, cuando todos a nuestro entorno nos puedan ver en manera diferente de como realmente somos; pero algo más importante todavía: aun cuando nosotros mismos nos vemos peor de lo que en verdad somos. Es una garantía añadida de perdón, en la que podemos ver la especial consideración que Dios Padre tiene hacia nosotros, sus criaturas. Sirva este momento para que nos paremos a recapacitar: y nosotros ¿qué consideraciones hacemos hacia nuestro prójimo?
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Y sabes, como dice el precioso canto, «que una madre no se cansa de esperar». En el momento en que más te cruja la conciencia, mírala mirándote. Yo sé de uno que tenía muy arraigada la costumbre de un pecado solitario; una de las cosas que le ayudaron fue el consejo que le dieron: «Mientras estés haciendo eso, imagínate a Jesús que mientras tanto está a tu lado bendiciéndote y sonriéndote» (a ti, no a tu pecado). Y conozco a uno a quien ayudaba mucho contemplar, donde vivía, un cuadro de la Virgen con esta inscripción sencilla: «María, tu mirada serena y limpia me ayuda a seguir luchando».
Para concluir, es famosa la historia -real o fingida, da igual- de un hombre que se enamoró de una mala mujer, y ésta le dijo: «Me demostrarás que me quieres si me traes el corazón de tu madre para que yo se lo dé de comer a mi perrillo». Loco de amor como estaba, el hombre acuchilla a su madre, le saca el corazón, y ocurrió, señores, que mientras estaba llevándolo, tropezó, cayó por la escalera, y del corazón salió una voz que decía: «Hijo mío, ¿te has hecho daño?»
Así es el Corazón Inmaculado de María.
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Qué gran verdad, y es una mirada que se siente. Cuando pienso en la Santísima Madre de Dios, me la imagino mirándome, y hablándole a Dios de mí, con un amor y una dulzura que no soy capaz de explicar con mis palabras. Debemos rezar a la Virgen como ella reza por nosotros.
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¿Quién más hay que tenga experiencias parecidas con la Virgen o su mirada y tenga ganas de contárnoslas un poco?
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