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UNA DE SANTA TERESA SOBRE AMAR Y SOBRE AMAR

24 febrero 2014

Santa Teresa de Jesús, Libro de las Moradas, Moradas Quintas, III, 7-11

El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4,8).

El que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, que ame también a su hermano (1 Jn 4,20).

Solas estas dos que nos pide el Señor: amor de Su Majestad y del prójimo, es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con Él […].

La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí.

Y estad ciertas que mientras más en este os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras. En esto yo no puedo dudar.

Impórtanos mucho andar con gran advertencia cómo andamos en esto, que si es con mucha perfección, todo lo tenemos hecho; porque creo yo que según es malo nuestro natural, que si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo.

Pues tanto nos importa esto, hermanas, procuremos irnos entendiendo en cosas aun menudas, y no haciendo caso de unas muy grandes, que así por junto vienen en la oración, de parecer que haremos y aconteceremos por los prójimos y por sola un alma que se salve; porque si no vienen después conformes las obras, no hay para qué creer que lo haremos. Así digo de la humildad también y de todas las virtudes […].

¡Oh hermanas, cómo se ve claro adónde está de veras el amor del prójimo en algunas de vosotras, y en las que no está con esta perfección! Si entendieseis lo que nos importa esta virtud, no traeríais otro estudio.

Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio.

Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello.

6 comentarios leave one →
  1. Juan permalink
    24 febrero 2014 13:39

    Realmente, ¡qué santa tan grande, y qué bien entendió las cosas!

    Hay una frase que siempre me ha gustado mucho: «A Dios, es imposible conocerle y no amarle, amarle y no seguirle». Me parece una gran verdad, y como San Juan (1 Jn 4,20) dice, «Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve».

    A veces esto puede llevarnos a preocupación. Podemos preguntarnos por qué no amamos a nuestros semejantes. Pues vuelve a decir el Señor: «No andéis preocupados… buscad primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,25… 33); y: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pez, en lugar de un pez le da una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión?» (Lc 11,9-12).

    Por eso, el que desee amar al prójimo, que no se preocupe, que se lo pida al Señor, con la absoluta seguridad deque se lo va a conceder.

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    • 24 febrero 2014 20:40

      Muchas gracias, Juan. Y me gustan las apostillas en que se menea la Biblia con generosidad.

      Ocurre que estoy parcialmente en desacuerdo.

      Por un lado, pienso que el que ama a Dios ama al hermano aun sin saberlo y como automáticamente, sobre todo si es cristiano y, encima, conoce estas enseñanzas de nuestra doctrina. Y lo que puede ocurrir es, por un lado, que no lo sienta, y por otro, que no lo lleve a la práctica por no saber o por falta del necesario entrenamiento.

      Por otro, pienso que ese entrenamiento hace falta, ya que Dios no es el único.

      Para lo primero, póngote, Juanelo, una comparación, porque mucho me malicio que hay más amor, o más amor cristiano, cuando uno acaricia o besa al enfermo de sida o lepra, sintiendo un asco absolutamente insoportable, que cuando dos enamorados se besan y se pierden en la cima de todos los deleites. San Francisco de Asís les besaba las llagas a los leprosos, el Papa Francisco besaba a los sidosos como podéis ver aquí en «Estuve enfermo y me visitasteis». Esos enamorados sienten. San Francisco ama. Francisco ama y nos ama.

      Y en cuanto al entrenamiento, es que si, justamente, amar no es sentir ni decir «te amo», resulta que al amor cada día nos le aprendemos un trozo. Y oigan: en el amor como en todo, «comer y rascar, todo es empezar» (pero dícenme mis asesores que esto no está en el Evangelio). En fin: si estamos con Dios, estamos amando, aunque estemos empezando a amar.

      Para lo seguno, Juanelo, el amor se llama caridad, la caridad es una virtud teologal y las virtudes teologales son las tres que infunde y desarrolla Dios, pero necesitan que el hombre coopere. Ese «buscad primero el Reino de Dios y su justicia» incluye la palabra justicia, que es santidad, y la locución Reino de Dios, que no existirá sin santidad. Pero ¡ah!, la santidad no la impone Dios a nadie, y aquí de nuestra aportación.

      Decía San Juan Crisóstomo (u otro Padre): «Orad como si todo dependiese de Dios, y trabajad como si todo dependiese de vosotros». Decía San Agustín: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti».

      Nuestra aportación es, por descontado, la menos importante. Lo sé. Y, de hecho, también ella procede de Dios. «Bueno es Dios, que hace que sean méritos nuestros los que son dones suyos», se lee en el Indiculus. Pero desde que Dios se ató las manos con nuestra libertad, es necesario que nuestra libertad trabaje por desatárselas.

      En suma, aunque una de las palabras centrales de la espiritualidad cristiana sea el abandono y aun la pasividad porque es Dios quien hace, esa pasividad es la mayor actividad. Y así se comprueba, de hecho, en la lectura de los grandes autores místicos, pongo por caso a Santa Teresita (la otra, la ultrapirenaica Santita de Lisieux del caminito de infancia, cuyo nombre puedes poner en el buscador).

      Donde encontréis una paradoja, sospechad que por ahí se ha escapado un cristiano.

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      • Juan permalink
        25 febrero 2014 7:54

        Bueno, no veo tu desacuerdo conmigo.

        Solo hay un par de peros.

        Estoy de acuerdo: quien ama a su prójimo ama a Dios aun sin saberlo. Por supuesto.
        Pero esforzarse en amar… ¿Quién es dueño de sus sentimientos? La gracia llega como un don del Espíritu Santo, entonces es cuando nuestro amor se multiplica, crece como un río y se desborda, haciéndose más grande que nosotros.

        No elegí yo amar a mi mujer; llegó, y por más que me hubiera esforzado en amarla, no lo habría conseguido.

        Para mi, el amor, como todos los dones, es una gracia. El Señor nos lo regala. Ya lo tenemos. Cada vez que le pido al Señor amarle con locura, aumenta mi amor por Él. Y tengo la absoluta seguridad que me lo concederá, porque yo lo deseo y Él también. Yo no puedo, Él sí.

        Confío en Dios hasta el extremo, y Dios no miente, así que ¿por qué dudar?

        Tu buscas a Dios a través del esfuerzo y de la entrega a los demás. Yo primero busco a Dios, amarle y hacer su voluntad, y Él me da ese hacer, porque es su voluntad.
        Pocos pueden superarme en trabajo; por desgracia, tengo que trabajar mucho, muchísimo, así que sí, sé lo que es el esfuerzo.

        Tú quizá pienses que es mejor primero ayudar al hermano, aunque no exista el amor. Yo creo que primero es el amor y, cuando este es de verdad, nuestra vida se transforma en entrega absoluta y en una oración de veinticuatro horas al día (aunque trabajemos). Recuerda (I Cor 13): «1. Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. 2. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. 3. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.»

        El que en el abandono se estanque en la pasividad no tiene abandono, no conoce a Cristo y no lo ama. Pero no te quepa duda, primero es el abandono, la entrega absoluta a su voluntad, el dejarle hacer a Él. Y que, como el alfarero, transforme este barro en vida nueva.

        Ni un santo encontrarás sin abandono: sí con defectos, pero no sin abandono, absoluto y total.

        Tú quieres llegar por el camino de la izquierda, yo por el de la derecha. No pasa nada, al final nos veremos en el mismo sitio, a los pies de la Cruz de Cristo.
        ————————–
        Supongo que mi respuesta quedará más abajo.

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  2. 25 febrero 2014 12:12

    ¿Quién puede contradecir a Santa Teresa, incluso a nuestro amigo Juan? Y sus ejemplos son fáciles. Pero ¿qué hacer con el hermano maleducado, el que te agota la paciencia, el que dice que va a ponerte una denuncia? Comprendo que eso no pasaba en el tiempo de nuestra grandísima santa, pero es el día a día de hoy, y eso cuesta más. ¡Qué difícil! Sobre todo cuando, además, no se tiene paciencia. Al menos, hay que intentar amarlos, pero ya me gustaría ver a nuestra santa en esa guerra.

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  3. 25 febrero 2014 17:26

    1. Querido Juan: El principio de tus objeciones un sorprendente malentendido. Yo empiezo diciendo que «el que ama a Dios ama al hermano aun sin saberlo y como automáticamente» y digo luego que «si estamos con Dios, estamos amando, aunque estemos empezando a amar». Cito al que dijo que Dios «hace que sean méritos nuestros los que son dones suyos”. Yo no tengo la culpa, como no sea la de meternos a bucear en el insondable misterio de la libertad.

    Tú me atribuyes: «quien ama a su prójimo ama a Dios aun sin saberlo», que es lo contrario. Y me presentas como quien «busca a Dios a través del esfuerzo y de la entrega a los demás», que no es verdadero.

    Y creo entender que la explicación de que tú, como la mentalidad dominante, no pueda entender estas cosas -y no estoy acusándote de nada- es la identificación -que en tu apostilla se lee- del amor con el sentimiento. Mira: el amor que tú tienes a tu mujer, considerado sin más, es el mismo que puede tener a la suya un increyente. Yo he dicho bien expresivamente que el amor es el de San Francisco con los leprosos mientras se le soliviantaban los intestinos, o el de Francisco con los sidosos besándoles eucarísticamente los pies. Y tengo dicho, aquí o en muchos sitios, que el amor no es el deleite de un besito, sino cuatro clavos que trituran en madero. Que no hay más amor que el que sabe sangrar.

    Hora es ya de ir levantando el campo del emotivismo que, en nuestro tiempo, lo invade todo, también la religión. En la concepción bíblica, el corazón no simboliza el amor, sino la interioridad donde uno se relaciona con Dios, cosa bien distinta; el amor se sitúa alguna vez… en los riñones, con los que hoy orinamos. Entendámonos: el amor como sentimiento es bueno y santificable, y debe ser santificado, pero el amor como virtud cristiana es ya virtud y ya es santa. Y lo que se nos pide -lo he dicho arriba- es un amor que no se preocupe demasiado de si siente o no, sino de si el amado está o no está comiendo o tiene o no motivos de queja contra mí. El amor cristiano es el «amor diffusivum sui»: «el amor que se difunde». ¿Sintió algo agradable Jesús en la Cruz? ¿Dónde hay más amor que en la Cruz?
    Dejemos de pintar corazoncitos en los pasteles de cumpleaños.

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    • 25 febrero 2014 17:59

      UN DIÁLOGO ENTRE EL AMOR Y EL AMADO

      2. Queridísimo Juan: El amor es cosa de dos. La santidad, también. El Espíritu Santo te dará la gracia porque la pides, y además es el que te hace pedir la gracia; el que te perdona en la Confesión, y el que hace que te arrepientas y vayas a confesarte; el que te pone el agua en la fuente y la sed para que vayas a beberla. La santidad es cosa de Uno -el Espíritu- repartida en dos: «Bueno es Dios, que hace que sean méritos nuestros los que son dones suyos».

      No hay manera admisible de prescindir de ninguna de las dos partes. Porque Dios no admite santos a la fuerza. Y puedo prometer y pública y solemnemente prometo que este de la libertad es el misterio para mí más sorprendente de cuantos (muchos) sorprendentes misterios me han sido presentado en la vida. La pregunta es: ¿por qué?

      ¿No era más fácil hacernos de modo que todos hiciésemos siempre el bien? ¿No era eso mejor en sí, no daba más gloria a Dios, no nos era el mejor beneficio? Pues venga libertad y toma manzanita.

      Yo encuentro algunas respuestas:

      – El vecino del bien, el mal, que es una alternativa de la libertad (pero no una forma de realizarla), está solamente para contrastar. Si tú y yo solo pudiésemos hacer el bien, nuestro bien no tendría valor ni mérito; no creo que fuese posible la santidad personal (he dicho «personal»).

      – El episodio de la manzanita, que nos trajo al demonio, el pecado, la muerte, la enfermedad, el cansancio, etc., es un estadio provisional. Luego llega el Nuevo Adán y, con la Nueva Eva, en el Nuevo Árbol de la Obediencia, nos trae unos bienes mucho más preciosos: Adán y Eva (la que nos dio la muerte antes de darnos la vida) no eran hijos de Dios ni de María, no tenían la gracia, ni los Sacramentos, ni la Iglesia, etc.

      – En cuanto al mal que queda y quedará, desde Cristo es un mal vencido. Como un toro en la plaza, que se rebulle y ataca, pero tiene dentro las banderillas que ya son su muerte. A su vez, la Salvación está entre nosotros, aunque sea como una «salvación que aguarda a manifestarse [no a estar] en el momento final» (1 Pe 1,3-5). Y que ya hoy actúa sin que pueda eso negarse. No dudamos, ni tú ni yo, cuando oímos a Cristo decir: «En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33), y eso lo dijo antes de la Resurrección, y antes incluso de la Pasión.

      – Mucho más se podría decir. Pero lo más importante: que la libertad sigue siendo un misterio. Una decisión de Dios. Y que Él sabe más… y punto.

      Pero un punto que no hace más que resaltar que la libertad existe, y que la santidad es cosa de Dos. Yo no tengo la culpa.

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