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¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR LA DEVOCIÓN A MARÍA? (CARTA SEGUNDA AL AMIGO DON TEODOMIRO)

16 agosto 2019

Le mandé a Don Teodomiro -que es maestro y con amor- la pasada Carta mariana porque le habían dicho que tanta devoción a la Virgen cuestionaba el lugar central de Cristo y de Dios. Parece que él se ha convencido de que, de eso, nada. Pero, como era de esperar, me escribe de nuevo y me pregunta que cuáles son los verdaderos límites de la devoción a María. Y yo le mando una nueva Carta mariana; esta vez, sin numeritos, porque no me apetece ponerlos.Miguel

Querido Don Teodomiro:

Se supone a buen suponer que no debo insistir mucho más en lo que le dije: que María no obtura el camino hacia Cristo. Son muchos los que en nombre de Cristo mandan a María, como en Belén, al establo, y no saben que Cristo está con ella y que al establo lo mandan; su celo por Cristo resulta anticristiano.

María pertenece a nuestra especie; pero, sin ser Dios, es tan divina como Dios ha querido hacerla -y nadie nos eche a nosotros la culpa-; divino no significa Dios, y yo no digo eso. Dudar de su excelencia, de la inimaginada santidad de su Corazón, de su hermosura de alma, de su perfecta fidelidad, de su amor, puede ser tanto como dudar de la omnipotencia de Dios, que es su Autor; si elogiar a María es elogiar a Dios -como elogiar un cuadro es elogiar a un pintor-, dudar de María es pararle los pies a la omnipotencia de Dios. Y ocurre que San Buenaventura explica que Dios, con toda su omnipotencia, «puede hacer un mundo mayor, pero no puede hacer una madre más perfecta que la madre de Dios»[1]. En ella, pues, el poder de Dios realizó todo su querer.

Y bien, si las cosas humanas se miden con medidas humanas, las divinas se miden con medidas divinas. Cuando pensamos en las cosas divinas con medidas humanas, Jesús puede repetirnos lo que a San Pedro: «¡Apártate de mí, Satanás!… Piensas al modo humano, no según Dios» (Mt 16,23). Y yo no quiero, Don Teo, que Jesús lo llame a usted Satanás.

Si tal es María, la devoción a María es ilimitada, y con esto voy asomándole a usted mi respuesta. La devoción a María no debe dejar de crecer jamás. Fue también San Buenaventura el que afirmó: «Nadie puede ser demasiado devoto de María»[2]. Y corre desde aquellos siglos el aforismo de Maria numquam satis: «sobre María, nunca hay bastante».

San Pablo VI enseñó -y hay que pesar cada palabra-:

«Nunca podremos cumplir plenamente nuestro deber de venerar a María, cuyo derecho a tales honores sobrepasa nuestros límites y nuestras posibilidades»[3].

«No se debe reprochar a nuestro beato [Maximiliano María Kolbe], ni a la Iglesia con él, el entusiasmo que ha consagrado al culto de la Virgen; ese entusiasmo jamás alcanzará el nivel del mérito (…). No se incurrirá jamás en una ‘mariolatría’, como jamás quedará el sol oscurecido por la luna»[4].

La cosa, para mí, es sencilla. Si debemos aspirar a Dios, como en efecto debemos; si ese Dios es ilimitado en su ser, en su amor, en cualquiera de sus atributos, como en efecto lo es; si María Santísima es el gran medio para unirnos con Él; si todo eso es así, entonces nuestra devoción a María Santísima ha de tender a ser ilimitada, como ilimitada es la meta (Dios) a la que queremos llegar por medio de esa devoción. San Pablo VI dijo también:

«El culto a María alcanza con frecuencia en la vida religiosa de muchos una prioridad práctica (…). Pero es María misma la que nos lleva en su vuelo trascendente hacia Dios»[5].

Prioridad práctica porque primero es el medio y luego el fin, porque primero subimos a la escalera y luego alcanzamos lo alto; María es primera porque Dios es el importante; ella es primera porque Él es el Primero. María es la escala de Jacob:

«Una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo (…). Realmente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía (…). No es sino la casa de Dios y la puerta del cielo» (Gén 28,12-17).

Todo lo que se refiere a Dios en los caminos del hombre puede ser vivificado desde su íntimo núcleo si se deja actuar a la devoción mariana; y claro está que, por eso, puede ser vivificado también todo lo que se refiere al hombre y a los hombres. Y hace mucho tiempo que yo pienso que la verdadera marianidad, en la condición actual del mundo, debe tener dos rasgos muy acusados, que son la caridad y la misión.

Y, pues, Don Teo, nuestra devoción no deberá caer nunca en el escrúpulo que describe San Luis María, el de quienes «temen deshonrar al Hijo honrando a la Madre, rebajando a Aquel al elevar a Esta»[6]. No peco contra la Eucaristía si, en mi Comunión, introduzco a Jesús en el Corazón de la madre, como sugiere Montfort[7]. Ella no dejará nunca de ser la misma que en el Evangelio nos dice -únicas palabras que dirige «al público»- «haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

El caso es que a nosotros puede asaltarnos un escrúpulo inverso. Hemos sido instruidos tanto tiempo en la necesidad de vivir todo marianamente, de hacerlo todo «por María, con María, en María y para María»[8], que hemos llegado a hacer de eso una segunda naturaleza, y puede que a veces -un ejemplo baste- algo se nos alborote dentro si llevamos un rato de oración y no hemos dirigido ninguna palabra a la Señora. Ese escrúpulo también hay que combatirlo, que no lo quiere Dios, y camine usted en «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,21).

De esta forma, ¿no hay límites que poner a la devoción mariana? Respecto a la intensidad, paladinamente, no. Creo que hay que poner límites en cuanto a la forma. Se lo dije en la anterior Carta mariana, y a la enumeración que le hacía (en el número 6), le añado un par de cositas:

Porque vaya usted diciendo por ahí que la devoción mariana no es el Santo Rosario. Dígolo yo porque hay muchos que, en cuanto se les pregunta si tienen devoción mariana, contestan que sí, porque rezan el Rosario. Y me place, pero no por eso me confunde.

Distingamos la devoción de las devociones. El Rosario es una excelente devoción, una de las mejores, y ya tiene usted por estas Cartas[9] noticia de cuánto cariño le tengo; pero no basta, y menos si se reza como tantos de los que lo rezan. No se debe suplantar la devoción a María con el Rosario de María, ni arrinconar a María a un oscuro cuarto de hora en el crepúsculo. Y la verdadera devoción a la Santísima Virgen no es el Rosario, sino la consagración total por amor, porque queremos de veras a María, y cuando se quiere de veras, la inclinación indefectible es donarse a la persona amada.

Y, en segundo lugar, evite como la peste cualquier devoción a María que no conduzca a Cristo y a los hermanos. Insistiré en que la devoción nos lleva a Él, y si no, no es un defecto por demasiada devoción -como quieren los ignaros-,sino por devoción mal entendida; es pecado, no de la intensidad, sino de la forma; no es demasiada devoción: es demasiado poca.

Y nos lleva derechamente a los hermanos. Otra cosa sería falsear la religión. Los intimismos solos y el suspireo desmayado no son devoción mariana, sino más bien su decadente caricatura. Recios nos quiere la Virgen, y su amor es hoy y ha sido siempre motor de muy pequeñas y muy grandes iniciativas por los hombres. Y yo estoy, sí, en que nuestros días reclaman una devoción mariana en la que tengan un puesto especialmente señalado la caridad y la misión.

Queridísimo Don Teo -maestro y con amor-: Si -como le contaba en mi carta anterior- Dios no es límite para la marianidad nuestra de cada día, yo no sé ya quién lo puede ser; o, mejor dicho, me imagino quién puede ser ese límite: tendrá que ser el demonio, ni más ni menos. Que es quien está detrás de las erradas opiniones de los que quieren medir a María y a la devoción mariana con las varas con que se miden, únicamente, los paños de esta tierra de garbanzos.


[1] Speculum, 8.

[2] III Sent., d. 3, p. 1, a. 1, q. 1, ad4.

[3] Homilía, 15 de agosto de 1964.

[4] Homilía en la beatificación de Maximiliano María Kolbe: Acta Apostolicae Sedis 63 (1971) 821. Mariolatría sería una adoración a María.

[5] Insegnamenti di Paolo VI, VI (1968) 799.

[6] Tratado de la verdadera devoción, n.º 94.

[7] Tratado, n.º 270.

[8] Tratado, n.º 257.

[9] Véase Máquina de maravillas, o el Rosario rezado de verdad-I y II, publicados como Cartas marianas-I y II (febrero y abril de 2018 respectivamente).

2 comentarios leave one →
  1. 16 agosto 2019 17:05

    Y, sin embargo, hay que tener precaución para no escandalizar como la tuvo Jesucristo en Mt 17,24-27, porque hay gente a la que, en su incapacidad de distinguir la veneración y la adoración, las manifestaciones de culto mariano la escandalizan. En esta situación, mi opinión es que es propicia la ocasión para catequizar… sin revanchas de alguna mal entendida apologetica.

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  2. 18 agosto 2019 22:54

    Por supuesto. La mejor apologética es una buena sistemática. La mayor parte de las veces, los adversarios del cristianismo lo son porque no lo conocen; en realidad, «blasfeman de lo que ignoran» (Jds 10). Y «dejan de odiar cuando dejan de ignorar» (Tertuliano).

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