CARTA A JESÚS EUCARISTÍA EN EL DÍA DE JUEVES SANTO
(Sugerencias para más leer en el blog el Jueves Samto:)
– A toda la marea sucia del mal, se contrapone la obediencia del Hijo, por Joseph Ratzinger-Benedicto XVI (Eucaristía, Nueva Alianza)
– Yo estoy incluido en la carne de Jesucristo (Eucaristía, Nueva Alianza)
– Jueves Santo o el Amor (Perlas para mis amigos-58) (Jueves Santo)
– Con flores a María-24 de mayo (María en la Eucaristía)
– “…Sale libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión» para el Papa Francisco» (Confesión).
– Medios para vivir la virtud de la pureza o castidad (Confesión, Eucaristía)
– Para leer antes de la Comunión en Misas de funerales, bodas y otras
– Una gota de agua… y el dolor (especial para enfermos) (Eucaristía)
– Lágrimas de Alicia como lágrimas mías (Eucaristía)
– El último asalto a la Eucaristía, por Germán Menéndez (Eucaristía)
– Con flores a María-25 de mayo
– La Misa dura veinticuatro horas, por Benedicto XVI (Eucaristía)
– El cuerpo que comemos lleva el sabor y el perfume de la Virgen Madre, por S. Juan Pablo II
DUETO DE LOS CÁLICES
Un cáliz
Aquí me tienes, Jesús. Son las cuatro, y a las cinco acudiré a la Misa in caena Domini, que celebraremos muchos sacerdotes de Burgos y una multitud de fieles que, con su pasmo eucarístico, te dará razón de que es mejor que yo.
Yo, Jesús, soy un pecador de talla casi profesional. ¡Qué de infamias, estos días! Yo te doy gracias porque no me has permitido caer en pecado grave -¡qué cuidados tienes con los que «has llamado amigos»![1]-. Pero sabes que las cosas no han ido bien últimamente. Y quiero derramar mis lágrimas al pie de tu altar. Bueno, a ser posible, haz que no me vea el señor obispo.
Y esto de las lágrimas me recuerda otro cuentecillo que corre por ahí. Contigo, no hay manera. Te los sabes todos. Pero te gusta que te los recordemos, como a la madre le gusta que el niño le cuente ese cuento que ella conoce perfectamente.
Un hombre cometió un pecado horrendo. No tenía consuelo. Acudió a ver a un sabio ermitaño, el cual le entregó un cáliz y le dijo: «Tendrás perdón el día en que consigas llenar este cáliz».
El pecador se las prometía tan felices: ¡Llenar el cáliz! ¡Solamente llenarlo!
Y acudió a una fuente y colocó el cáliz bajo el caño. Extrañamente, el cáliz no se llenaba. Y acudió a un riachuelo y sumergió el cáliz. Y el cáliz no se llenaba. Angustiado, acudió a un río y hundió el cáliz hasta el fondo: lo sacó vacío… Hasta que un día, después de haberlo intentado en la orilla del mar y haber sacado el cáliz seco, no pudo más con el peso de su culpa, y se echó a llorar desesperadamente, como quien ha sido vencido por la vida. Y no se dio cuenta, y sus lágrimas llenaron el cáliz, y al verlo prorrumpió en gritos de júbilo y acción de gracias, porque su pecado estaba perdonado.
Está muy bien el cuento, Jesús, ¿te gusta? A mí me ha de recordar que por los pecados, incluso pequeños, he de derramar lágrimas. Al fin y al cabo, cuando vamos a confesarnos, tiene que haber arrepentimiento y propósito de no volver a pecar en lo que se confiesa, y el mejor arrepentimiento es el que llora, aunque esto no se exija; porque cuando hay amor, nos duele ofender al Amor.
Otro cáliz
Y además, el cuento –Jesús- me ha de recordar que el que importa es otro Cáliz que tiene más de dos mil años. Es lo que celebramos hoy. Hay mucha gente que cree que se va a salvar porque se lo merece. Supongamos Tú y yo que ese señor es cumplidor, y hasta irreprochable (aunque eso, nadie de nosotros lo será nunca). Pero yo leo: «¿Quién le ha dado primero, para que Él le devuelva?»[2]. Yo me pregunto: «merecer» o «ganar», ¿quién merece o gana a Dios?
Y es que «del Señor viene la misericordia, la redención copiosa»[3]. Y es que «no se trata de correr, ni de darse prisa, sino de que el Señor tenga misericordia»[4].
Es, sencillamente, que tu amor nos ha redimido -¡ha perdonado mis pecados!- en la Cruz y en este Cáliz y en el Pan. Y desde aquel momento –el de la Nueva Alianza-, Dios ya no nos mira a través de nuestras obras, sino a través de la Obra de Jesús; y esa, nadie podrá cambiarla jamás: porque es «Sangre de la Alianza nueva y eterna». Y –mi Amor, Jesús, mi mío y mi traicionado- es Sangre de Maravilla, porque es «Sangre de la Alianza… que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados», ya que anticipaba lo que ocurrirá de inmediato: la Cruz, estandarte de Perdón.
Y entonces, la salvación no es hacer cosas, sino adherirse a la Cosa que hiciste Tú. Esa adhesión -aunque es una gracia de Dios- nos dará la gracia –chorro infinito de Espíritu Santo-, y la forma de adherirse a ti es la fe. Y las obras hay que hacerlas, pero no son principio de nada, sino prueba de la adhesión a ti, ya que, Jesús, «la fe, si no va acompañada de obras, está realmente muerta»[5], o, como yo digo, la fe sin obras es fe sin fe.
De todos modos, déjame que te cuente, ¡mi Maestro!, que a mí me trocea el alma contemplar cómo tratamos la Eucaristía. No desgranaré aquí el tradicional rosario de lamentaciones sobre la actitud de la gente ante la Eucaristía; prefiero reservar el tiempo para examinarme a mí mismo. Pero ¿Tú sabes cómo es posible que adoren a un Dios presentando la «Sangre… derramada… para el perdón de los pecados»[6]…, y luego no se confiese nadie? Porque a este Dios, lo adoran con alguna sinceridad, unos menos y otros más. De la relación entre «para el perdón de los pecados» y el confesonario de la esquina, ¿qué es lo que no se entiende?
Como sabes, Jesús, Benedicto XVI dijo que la Eucaristía presupone la Confesión: que la Eucaristía no es «el sacramento de la reconciliación, sino de los reconciliados». Quien tiene pecado grave debe confesar antes de comulgar, y obrar de otra forma es un horrible sacrilegio. Y para qué citar al querido Papa emérito, si San Pablo lo dice clarito: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo come y bebe su propia condenación»[7].
Jesús, Hijo del Padre y de María, hermano de los hombres: ten la misericordia de aceptar mi cáliz rebosante de lágrimas y de darme un buen tirón de orejas para volver a empezar. Y permíteme seguir perpetuando tu humillación de ser ofrecido, Tú, por mis manos en el Cáliz sacratísimo, porque sé que Tú lo quieres. Un cáliz por un Cáliz. Tú siempre darás lo mejor.
[1] Cfr. Jn 15,15.
[2] Rom 11,35.
[3] Sl 130 (129), 7.
[4] Rom.
[5] St 2,17.
[6] Cfr. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,22; 1 Cor 11,25.
[7] 1 Cor 11,27-29.
¡Gracias! Personalmente, me ha llegado mucho esta frase: «No desgranaré aquí el tradicional rosario de lamentaciones sobre la actitud de la gente ante la Eucaristía; prefiero reservar el tiempo para examinarme a mí mismo».
Harto tiempo me ha costado (y me está costando) interiorizar esto. Así que gracias por recordármelo.
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Pablete, tengo un libro para ti.
Me alegro si te he ayudado, muchospelos. Decía San Josemaría Escrivá algo así como: «Cámbiate a ti mismo, y habrá un pillo menos en el mundo».
Quevedo lo dice mejor:
«Reina en ti mismo, tú que reinar quieres,
pues provincia mayor que el mundo eres».
Y algún día publicaremos por estas pantallas un articulito que tengo yo, que se titula: «Sé Don Quijote en tu pequeño mundo». Como Dios nos dé salud.
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