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«JUNTO CON NUESTROS NIÑOS, ARRANCARON MI CORAZÓN»

22 agosto 2013

                                                 

Ofrezco aquí este testimonio estremecedor, que puede servirnos para continuar remachando los sufrimientos de la mujer en un aborto. También la discriminación que sufre el padre…, y no os perdáis la conclusión final. El artículo está tomado de C. L., en Religión en Libertad.

«Entiendo que haya personas con una opinión diferente sobre este asunto. Pero no porque tengas una opinión diferente eso significa que tengas razón.»

El hombre que dejó su testimonio en Facebook (acreditado por distintas organizaciones provida norteamericanas) no se anda por las ramas: ‘Esto no va de los derechos de la mujer. Esto va de asesinato. Lo he vivido a través del aborto’. Muchas mujeres abortan inducidas, incluso coaccionadas, por los padres del niño, ante la indiferencia de feministas y abortistas teóricamente pro choice [pro elección]. Pero también muchos padres varones asisten impotentes a la muerte de hijos que querrían tener. La ley no les pide su opinión.

Y el caso que nos ocupa es uno de los más estremecedores: «Perdí dos gemelos en aras del ‘derecho de la mujer’ a abortar. No tuve nada que decir. Sentí a mis hijos en el momento en el que murieron. Fueron asesinados. La que entonces era mi novia lloró durante meses. Ella también los sintió morir. No se dio cuenta de que había ‘asesinado’ a dos niños hasta que estaba hecho. Su dolor fue horrendo. Se convirtió en suicida».

«No estaba preparada»

La mujer había acudido a Planned Parenthood porque era «demasiado joven» y no estaba preparada para tener hijos. ¡Tenía 24 años! No había planificado ser madre. «Es irónico», dice el hombre, «que una persona que no había planificado ser madre acuda a un lugar llamado Paternidad Planificada para que sus hijos sean troceados dentro de su seno y aspirados luego a cachos. A mí eso no me parece ‘planificar'».

Le reprocha con acritud a su novia que estuviera ciega a cualquier otra posibilidad. Cuando acudió al abortorio, había personas fuera ofreciendo alternativas, mostrando los resultados de un aborto… «Ella ignoró al pequeño grupo de manifestantes. Estaba ejerciendo sus ‘derechos’. Era una ‘mujer moderna’. Su vida era de ella y nadie más. Nada que ver con unos ‘huevos fertilizados’ dentro de sí». Estaba de poco menos de 20 semanas, y la ecografía mostró que eran gemelos.

La noche en la que Dios habló

La noche anterior, hablaron de alternativas. «Yo lloré. Ella lloró. Era una cristiana tibia, creía en Dios en un sentido                                                        

espiritual, pero no en el Dios de la Biblia. Puse mi mano sobre la suya y luego sobre su vientre, recé y dije: ‘Dios mío, guíanos en esta hora negra y confusa. Indícanos la dirección que solo Tú conoces como la correcta…’

«Y justo entonces sentimos una patadita. Y luego otra. Y otra. Lloré. Ella lloró. ‘Dios nos está hablando, ha respondido a nuestras oraciones’. ‘Pero ya tengo cita’, dijo ella. Yo le contesté que eso no significaba nada, que Dios nos había hablado. Yo lo sentía así. Ella lo sentía así también. Por primera vez en su vida… sintió a Dios hablándole a ella».

Charlaron hasta la madrugada sobre planes de futuro. «No estoy preparada para ser madre», decía ella. «Nadie lo está», respondía él. «Estoy asustada», insistía. «Como cualquier madre», era la contestación.

Ambos trabajaban y estudiaban, y discutieron sobre cómo harían en adelante para criar a los niños: «El miedo, la ansiedad, la incertidumbre nos llevaron a un desacuerdo y a acostarnos sin hablar, cada uno mirando hacia un lado de la cama.»

La suerte estaba echada

A la mañana siguiente, él se levantó para ir a trabajar pensando que las cosas, al final, saldrían bien. Pero entonces ella bajó las escaleras diciendo que iba a hacerlo, y le pidió que la llevase al abortorio. «Intenté razonar con ella y me negué a llevarla. Ella llamó a un taxi. Entonces pensé que si iba en un taxi, lo más probable es que abortara», cuenta el hombre.

Así que la llevó a Planned Parenthood, para intentar convencerla por el camino . «Ella callaba. Ni una palabra. Miraba por la ventanilla. Era muy terca. Era una ‘mujer moderna’, nadie iba a decirle lo que tenía que hacer. Ni yo, ni Dios, ni nadie».

Aparcó ante la clínica lo más cerca que pudo de los manifestantes, cogió un folleto y se lo dio. Ella se encaminó «impávida y rauda» al centro, fingiendo no escuchar los últimos argumentos de su novio.

Llegaron al control de Planned Parenthood y entraron. «Cogí sus manos y le pedí: ‘Por favor, no lo hagas, piénsalo bien’. Luego me dirigí a la persona que nos acompañaba: ‘Por favor, no queremos seguir con esto, no maten a nuestros hijos’. Pero su novia se soltó la mano y se metió en el ascensor con la trabajadora del abortorio.

Hace entrada la desesperación

«Me sentí derrotado. Abandoné la clínica, me metí en mi coche y me puse a conducir a demasiada velocidad. Me salté un par de semáforos en rojo. Estaba asustado, enfadado, herido, perdido, todas las emociones me atravesaban. Quería gritar. ¡No podía proteger a mis hijos! ¡Era incapaz de hacer una sola cosa para protegerlos! ¿Dónde estaban mis derechos? ¿Dónde los derechos de esas dos preciosas criaturas? ¿Qué demonios tienen que ver los derechos con el asesinato?»

Cuenta que, de repente, sintió como si explotara la caldera a presión que tenía en la cabeza, y se hizo en ella el silencio: «En el momento en el que mis hijos fueron asesinados, fue como sin un rayo atravesase mi cuerpo. Lo sentí. Supe que algo horrible había sucedido en ese momento. Y ella lo sintió también».

Frenó, dio media vuelta y a toda prisa volvió al abortorio. Aparcó donde pudo, llamó a la puerta, le abrieron, corrió subiendo las escaleras y preguntó por su novia. «Se está recuperando», le dijeron. Pidió verla, y tras unos minutos «de agonía» le permitieron pasar.

«Estaba llorando. Decía: ‘Me equivoqué. Les sentí cuando murieron. Junto con nuestros niños, arrancaron mi corazón’. Ambos lloramos. Ella dijo: ‘¡Dios mío, ¿qué he hecho?! Me siento horrible, vacía, como un desierto, como una flor muerta’. Seguí con ella unos minutos, pero necesitábamos aire».

Él bajó a aparcar bien, volvió, y cuando a la joven le dieron el alta, se fueron. «Ella apenas podía sostenerse. ‘¿Por qué no escuché? ¿En qué pensaba?’, decía. El dolor emocional era insoportable.»

Una reflexión

«Pasó un tiempo entrando y saliendo de hospitales mentales», cuenta el hombre: «Empezó a tomar ansiolíticos y antidepresivos. Aquello arruinó su vida».

Y plantea una reflexión final: «Cuando tus derechos arruinan tu vida… es que algo mal hay en la ley».

13 comentarios leave one →
  1. 23 agosto 2013 17:00

    Brutal…

    Se me ocurre un corolario:
    Derechos que matan.

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  2. Juan. permalink
    23 agosto 2013 19:43

    Testimonio emotivo y terrible a la vez.

    Cuando nos decidimos a hacer algo, no hay amor que nos lo impida. Es terrible cómo ocurren a veces las cosas, y no hay señales bastantes, ni amor, por grande que sea, que pueda con nuestro egoísmo. Egoísmo que acabamos pagando. Esa ausencia de Dios, ese huir voluntariamente del amor, nos arroja a un infierno en vida.

    No puedo imaginar el infierno por el que pasará esa madre, solo puedo rezar por ella y pedir que, arrepentida, se deje abrazar por Dios. Solo Él puede reparar ese roto corazón, restaurar lo que no puede ser restaurado y devolver la gracia al que renunció a ella.

    Pido por ella y por todos los que inducen o apoyan al aborto. Con cada aborto, pierden parte de su humanidad.
    Me puede la pena, es tremendo. ¡Que Dios nos ampare!

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    • 23 agosto 2013 23:01

      No te pueda la pena. La pena no es cristiana (aunque esto debiera matizarse). Tú solo piensa que Jesús dijo: «En el mundo tendréis tribulación, pero ¡tened ánimo! Yo he vencido al mundo». Por Él, y de una manera que no nos corresponde entender, la victoria no es la meta para la llegada, sino la línea de la partida.

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      • 24 agosto 2013 8:53

        Es cierto, pero cuando pienso en todos esos niños abortados, en ese holocausto provocado por sus propias madres, veo a Jesús en el huerto, flagelado, coronado de espinas, llevando la cruz y crucificado. Solo puedo llorar y decir: «¿Cómo hemos podido, Dios mío, como hemos podido?»

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  3. 23 agosto 2013 20:51

    Lo tuvo muy claro: Dios le hablaba; pero hizo oídos sordos y ¿quién pago esa sordera? Dos almas con ganas de vivir. Quisiera que esto les sirviera a otras en la misma situación para que reflexionaran: que escuchen a DIOS en su interior.

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  4. Vicente Vigier Pons permalink
    27 agosto 2013 20:04

    Tres pensamientos que las mujeres no tienen de forma clara, concreta y concisa: 1) Abortar es matar un indefenso. 2) Asesinar es un delito que conlleva una pena determinada por ley. 3) El ser que asesinan no es solo suyo.

    Es increíble que una mujer pueda por un momento pensar en eliminar un ser que oye latir y moverse en su interior. Imaginarlo ya produce horror, pánico, consternación.

    Mientras estas asesinas sigan teniendo derecho para matar Inocentes y solo les queden remordimientos y vacíos, no descenderá el derramamiento de sangre.

    De alguna manera, el progenitor que no impida semejante acto también es culpable, y debe responder ante la ley. Tal vez reflexionando los dos sobre las consecuencias civiles (que ahora no existen), razonarían que es mejor pasar nueve meses indeseados y luego decidir entre seguir siendo padres o dar el niño en adopción.

    ¡Los delitos tienen y llevan su castigo!

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    • 27 agosto 2013 23:03

      «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». Estoy en completo desacuerdo con el tono acusador de Vicente. Recuerda que en la parábola del hijo pródigo acaba resultando que el bueno es el malo y el malo es el bueno. «Los publicanos y las prostitutas os pasarán por delante en el reino de los cielos». El dedo acusador, el grito que demandaba lapidar, no eran los de Jesús, eran los de los fariseos y demás. Mientras, Jesús iba diciendo que no había sido enviado a los justos, sino a los pecadores.

      Por aquí andan diciendo los comentaristas cuántas veces la chica que aborta no tiene toda la culpa. Y es que hay circunstancias, e ignorancias, y presiones, y chantajes…

      Por otra parte, es más que dudoso que consigamos algo llamándolas asesinas y diciéndoles que el delito lleva su pena. Eso -que es esencialmente verdad- no es el camino; eso, al contrario, abre una grieta enorme entre ellos y nosotros. Eso divide. Eso lleva a la guerra. Nosotros (y hoy mi «nosotros» significa «los católicos») estamos para comprender, para perdonar, para acoger, siendo inapelablemente intransigentes con el pecado, pero cariñosa y dulcemente dispuestos a dar la vida por el pecador. Y eso es lo que da vida al mundo, no las condenaciones que simplemente abren distancias. Que nadie tire la primera piedra, porque nadie está libre de pecado.

      Yo, por lo menos, no.

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  5. vicente Vigier pons permalink
    6 septiembre 2013 21:55

    El aborto no es una cuestión religiosa, sino de objetivismo y derecho natural (jurídico).

    Mi comentario es claramente defensor de la mujer que en esas circunstancias puede olvidar la consecuencia de sus inmediatos actos, del hombre que no puede escurrir el bulto dejando a la mujer que fertilizó como si fuese un kleenex y de la justicia.

    Si quieres tratarlo bajo un punto de vista religioso-católico, de forma breve te diré:

    1) Dios Padre perdonó a nuestros primeros padres, pero no se libraron del castigo ni ellos ni nosotros.

    2) Dios Padre envió a Jesús dos veces: una ya ha venido, y la próxima venida, según el Credo católico, será para Juzgar. ¿Qué finalidad tiene?

    3) Dios Padre creó el Purgatorio y el Infierno; ¿quiénes van allí? Respuesta en el Catecismo.

    4) Dios Espíritu Santo ilumina a Pío IX y proclama la excomunión automática para abortistas y colaboradores.

    5) Si quieres consolar a las asesinas/os, podemos decir que un Criminal llamado Dimas fue el primer santo canonizado en la tierra por la misericordia de Dios Hijo.

    Los delitos tienen su castigo en una sociedad sana y, salvo arrepentimiento perfectísimo, en la vida eterna.

    El temor de Dios es un don del Espíritu Santo.

    No se trata ni de juzgar ni acusar, pero Jesús hablaba con radicalidad cuando era necesario. Muchos curas prefieren olvidarlo.

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  6. 7 septiembre 2013 22:30

    Gracias, Vicente. Mañana te comento, que se me ha borrado todo.

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    • 11 septiembre 2013 0:08

      Ante todo, gracias, Vicente, por decir una cosa que muchos o se olvidan o se excusan en olvidar: que el aborto no es una causa ni católica ni religiosa; que deriva de la ley natural, de la moral que todos tienen lo mismo que tienen esófago, y por eso abortar no es lícito a nadie (absolutamente). Es la ley natural. Para mí, es de cajón de madera de tabla que algo tenemos que tener en común…, y que ese algo tiene que tener algunos contenidos.

      Por lo demás, vamos con ese tu comentario, tan claramente encaminado -como dices- a defender a la mujer, que la llamas asesina, la equiparas a un criminal, la excomulgas, la mandas al infierno y, para redondear, dices que no se trata de acusar.

      Y vamos con la cosa religiosa, porque este es un blog religioso y porque yo, de derecho, no sé decirte mucho más que lo que encabeza.

      – ¿Qué forma de perdonar a nuestros primeros padres es la que los castiga a ellos, y también a nosotros? ¿»Perdonar» no es -más o menos- «abstenerse de castigar»? Lo que ocurrió en realidad -precipitado corresponsal- fue que Dios preparó el perdón (cfr. Gén 3,15), con la promesa del Redentor y la corredentora, pero no lo ejecutó hasta mucho después… y se incluyen las abortistas que se arrepientan.

      – Yo me preguntaría qué finalidad tiene, primero, la primera venida. Y ¿sabes lo que responde todo un Benedicto XVI? Que Jesús en la Cruz ya ejecuta el Juicio -ese que nosotros ponemos al final-, llevándose las culpas de todos… y de las abortistas (esto no lo dice Benedicto, pero lo diría), de modo y manera que nadie puede tener miedo al Juicio Final; porque para darme en él la sentencia absolutoria, el Maestro ya se dejó triturar sin siquiera preguntarme si me interesaba el negocio. ¿Quién se exceptúa? Sólo quien le rompe el Poder a Jesús y a Dios: quien no se deja perdonar el día de la muerte. Y luego, el Juicio Final es confirmación exacta del mismo juicio, pero pública y universal, y entonces nos llevamos también el cuerpo. Ahora bien, es doctrina enseñada por el mismo Papa que la Iglesia NO SABE si ha existido alguien que haya sido capaz, en el último día, de verle el amor a Dios y rechazárselo. No que no lo haya, sino que no lo sabemos, porque es muy difícil, realmente, ese rechazo. No me rebatas con juicios sumarios ni catecismos pasados: léete la encíclica «Spe salvi». O dale un vistazo al «Youcat», por donde habla del infierno.

      – Es un gran error poner el purgatorio en relación con el infierno. El purgatorio, como su mismo nombre indica, es para acabar de purgarse y entrar en el cielo. Por consiguiente, a pesar de consistir en sufrimientos espantosos, es una misericordia de Dios. Porque todo merece la pena para pasar a ver al Amor.

      – Sobre lo de la excomunión, hay mucho que precisar. Se produce solo si la muerte de hecho llega a ocurrir, no alcanza a todos los participantes, tampoco se da si alguno de los abortistas o participantes no conoce su existencia, es una pena canónica y no una exclusión de la Iglesia ni especie de infierno en vida… y Dios la perdona, majo, a las malísimas de las abortistas, una vez más (y en la diócesis misma) si hay arrepentimiento, confesión y penitencia.

      – Me parece bien que los delitos tengan castigo aquí; después, la condición del arrepentimiento, es verdad, porque lo dice la Iglesia…, pero tanto la Iglesia como tú y como yo vamos a dejar que la regule Dios, también en el caso de nuestras amigas. Afortunadamente, porque nosotros somos unos despiadados.

      – El temor de Dios es un pecado contra el Espíritu Santo. Tal como tú parece que lo entiendes, por lo menos. No puedo extenderme en el temor de Dios, ni puedo encontrar una cita de la Biblia que da la clave, pero dice algo así como: «Les infundiré mi temor, para que no se aparten de junto a mí». El temor de Dios no se ha entendido si no se acaba transformando en cariño a Dios. Para mí, es claro que el miedo a Dios es pecar contra Él.

      – «No se trata de juzgar ni de acusar», y sin embargo, tú juzgas y acusas. Y yo te repito que «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17). Tú quizá confundes mis intenciones. Yo no trato de desvirtuar la naturaleza de lo que siempre seguirá siendo uno de los peores crímenes. Pero yo -porque estoy seguro de que lo mismo haría Jesús-, cuando me encuentre -no he tenido la fortuna- con una chica que sale de abortar, no la acusaré; le diré: «Chiquilla, tú no estás bien, ¿verdad? Me gustaría ayudarte, porque algo sé de lo que estás sufriendo, y sé que es abismal». Y, si se dieran las circunstancias, le hablaría de un Dios que se ha tirado en plancha para sufrir en la Cruz las consecuencias de su aborto, y paga Él. «Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde» (Is 55,1). Es difícil, lo entiendo, que comprendamos este lenguaje de la gratuidad que sangra en un madero nosotros que más bien somos propensos a resolver los problemas a pedradas. Pero Jesús siempre daba la sorpresa…, y resultaba que el más pecador era el hermano que se había quedado en casa… «cumpliendo».

      – Será difícil. Será muy difícil. Pero los dolores de la tierra, Vicente amigo, los multiplicaremos a base de dedos acusadores, y únicamente los acariciaremos si somos capaces de indicar, con esos mismo dedos, hacia dónde se encuentran los caminos de la esperanza.

      – O, en otras palabras: tú, con tus maneras, provocarías un segundo aborto; yo lo evitaría.

      Un abrazo.

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  7. Vicente Vigier Pons permalink
    13 septiembre 2013 11:52

    No juzgo, ni acuso, ni excomulgo, ni mando al infierno, absolutamente a nadie; este comentario que haces sobre mí me hace pensar en aquella famosa frase de Pitágoras (580 a. C.–495 a. C): “Más le vale a un hombre tener la boca cerrada, y que los demás le crean tonto, que abrirla y confirmarlo». También tu sentencia puede deberse a otros factores.

    Me he limitado a opinar, y tú, a desinformar. Esto sí que es grave, porque tú eres un cura, según dices… ¿Entiendes ahora lo que es una acusación?

    Si pedir medidas jurídicas para que España deje de ser un paraíso abortista es acusar y juzgar;

    si llamar asesinas a las que matan -digo matan (no presuntamente) a sus propios hijos es acusar y juzgar;

    si decir que el hombre tiene su responsabilidad en cuanto actor y progenitor es acusar y juzgar;

    si decir que los delitos tienen su castigo humano y divino es acusar y juzgar;

    si el Purgatorio y el Infierno se discuten y desvirtualizan;

    si el temor a Dios deja de ser un don para convertirse en pecado;

    si utilizar citas de las Sagradas Escrituras como si fueran frases del Quijote es válido;

    si se da por supuesto que uno no ha leído encíclicas;

    si los catecismos se vuelven obsoletos, inválidos;

    si se mantienen estas afirmaciones, la conclusión es muy triste, y prefiero no exponerla.

    Misericordia, consuelo, ayuda, besos, abrazos, bendiciones, perdones de Dios, todo me parece excelente, y el recordarles que los delitos tienen su castigo en una sociedad sana también es una obra de Caridad.

    No se puede hablar de Benedicto XVI y olvidar que no ha mirado hacia otro lado y dispuso que los pederastas, a pesar de su arrepentimiento, dolor y lágrimas, fuesen juzgados, y pagó cifras importantes de dinero en compensaciones por esos actos. ¿Es acaso una falta de misericordia? ¿Cómo es posible que arrepentidos y con dolor vayan a la cárcel? Esa dolorosa medida ¿no va a generar el aumento de la pederastia? Me parece recordar tus sentimentales palabras, P. Miguel: «Pero los dolores de la tierra los multiplicaremos a base de dedos acusadores, y únicamente los acariciaremos si somos capaces de indicar, con esos mismo dedos, hacia dónde se encuentran los caminos de la esperanza». Ha habido muchos pontífices que siguieron tu consejo, y esa utopía solo sirvió para aumentar los delitos; ahora esperemos al tiempo. Creo en la Justicia y misericordia, creo en lo que se dice en el Credo, creo en lo que se dice en el acto de contrición. ¿Lo has meditado?¿Sigue siendo válido?

    Creo en que acusen los fiscales, que defiendan los abogados y juzguen los jueces.

    Te ruego que no hagas afirmaciones gratuitas sobre mí por tercera vez.

    Te pido que des por sentado que es conocido lo de «para morcillas, las de Burgos».

    Que el Espíritu Santo te ilumine.

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    • 14 septiembre 2013 23:32

      Para todos será evidente que esto se ha convertido en una cuestión personal. Y como una cuestión personal puede quizás definirse como aquella en la que es casi imposible seguir sin faltar a la caridad, y como resulta ser que San Pablo coloca la caridad por encima de todo -y expresamente sobre la fe, de la que estamos tratando aquí (1 Cor 13,13)-, esta discusión se queda aquí. Y salto por encima de todas las tripas que me saltan cuando leo algunas cosas de Vicente, y me voy a Vicente, y le doy un abrazo.

      Solamente he de tratar, porque son cuestiones de fidelidad eclesial que no me siento legitimado para pasar por alto, unas pocas.

      En primer lugar, nosotros, que usamos antropomorfismos para hablar de Dios porque los necesitamos, hemos de hacerlo con cuidado. Y otro pensará otra cosa, pero yo pienso que de ninguna manera podemos hablar de un Dios que castiga tras la muerte como hablamos de un hombre que castiga. Y para mí es harto sencillo. Un castigo nunca ha sido una venganza. Un padre castiga a su hijo para que se enmiende. Pero después de la muerte ya no hay posibilidad de enmienda, luego no tiene sentido el castigo.

      El Purgatorio y el Infierno, los he «discutido y desvirtualizado» (en tus palabras) con el Magisterio en la mano, y lo que he hecho en fin de cuentas ha sido colocarlos en el lugar en que entiendo que los tiene la Santa Iglesia. Para desmontar lo que yo digo, hay que entrar en la materia, y aducir argumentos del tipo y pelaje que yo los aduzco, y no es lícito emplear frases oblicuas o genéricas que no prueban absolutamente nada.

      Yo no he dicho la herejía que tú, torciendo mis palabras, me atribuyes, de que «el temor a Dios deja de ser un don para convertirse en pecado». Yo dije exactamente: «El temor de Dios es un pecado contra el Espíritu Santo. Tal como tú parece que lo entiendes, por lo menos». Y es que -ahí lo explico- no hay manera cristiana de entenderlo como tú.

      Los catecismos no creo que se vuelvan obsoletos. Pero toda la cultura de la Iglesia sabe que existe lo que se llama una «evolución homogénea del dogma». Homogénea, porque no cambiamos una letra del Génesis. Pero evolución, porque si no la hubiera, hoy no podríamos admitir -y admitimos- la propia teoría de la evolución o la del «big bang», en la medida -el problema lo tienen ellos- en que las acepten los científicos. Y sí: la encíclica «Spe salvi» es un documento posterior al Catecismo de la Iglesia Católica, y le añade conocimiento, sin negar lo que el Catecismo dijo. No digamos nada del Padre Astete. Y hay ciertas teorías del mismísimo San Agustín que hoy se consideran heréticas, o casi.

      Sobre lo de la utopía de los pontífices, no sé a qué te refieres, me honra coincidir con ellos sin saberlo, y a lo mejor quieres explicármelo para ilustrar mi ignorancia.

      Y lamento llevarte la contraria también en esto, pero ¡qué le vamos a hacer, chico!: a mí me gusta más la morcilla de Palencia, porque le ponen cebolla. Y esto me recuerda -para seguir con las teologías- que un profesor mío de la facultad recalcaba, con preocupación y con seso, que «la tortilla de patatas es de derecho natural». Y añadía, meditabundo: «¡Y solo la saben hacer en España!» Ay dolor.

      Que la Virgen del Pilar y el Señor Santiago te hagan abundar en tortillas lo mismo que en una y otra morcillas.

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      • Juan. permalink
        15 septiembre 2013 20:06

        Me gustaría dejar mi opinión al hilo de vuestros comentarios, Miguel y Vicente.
        Mi opinión vale poco, no soy teólogo ni entiendo mucho de nada, salvo, quizá, un poco de informática, y de esto, solo un poco. Así que no me hagáis mucho caso.

        Cuando yo rezo, me gusta mucho pedir por el mundo, por su conversión, por las almas que no conocen el amor de Dios (por amor y porque la Virgen lo quiere). No pido por su castigo, pido por su conversión, para que Dios que es un padre bueno, infinitamente bueno, pueda tener en sus brazos todas esas almas que tan terriblemente han pecado. Son sus hijos, sus criaturas, y los ama profundamente. Si pudiera ver la conversión de un solo pecador (yo incluido), cantaré con los Ángeles su alegría y no pediré castigo, sino perdón.

        El mundo tiene sus jueces y sus leyes, pero son de este mundo. Nos corresponde, creo, dar solo amor. Llevar a cada uno de esos corazones rotos la presencia de Dios y dejarles su amor infinito.

        Me gustaría capturar uno solo de esos suspiros inefables que el Espíritu Santo da por nosotros y regalárselo a cada mujer que va a abortar, a cada hombre que piensa que se arregla algo matando, a cada todo el que abusa de los demás de alguna forma y cada uno de los que no hacemos gran cosa ante el hambre y la deseperacion de los demás.

        Yo no quiero su castigo, quiero su conversión, su amor, su vuelta al Señor, y lo quiero porque Dios lo quiere, y no quiero querer otra cosa que lo que Dios quiere.
        Ya se encargara el mundo de juzgar al mundo.

        Hoy me ha parecido especialmente bonita la lectura. La parábola del hijo pródigo. No quiero ser el hermano que se queja porque el padre se alegra de la vuelta del hijo perdido, le pone un anillo y ropas nuevas y mata al cordero cebado. Quiero ser el último en su mesa, el que abrace a ese hermano y se alegre por su vuelta y por la alegría de su padre. Quiero ser el criado que le ponga el anillo y le sirva la mesa. Quiero darle mi sonrisa y mi cariño, y todo el consuelo que pueda por lo que ha sufrido.

        Hay una Florecilla de San Francisco que me parece preciosa. Llega un día a la puerta del convento un grupo de hombres. Eran unos ladrones y asesinos, famosos del lugar. Piden algo de comer y el fraile que está en la puerta, lleno de la justicia de este mundo, les recrimina su actitud, les llama ladrones y les manda fuera de malas maneras. Pero San Francisco, que tenía el don de saber qué hacían sus frailes, se acerca a este buen fraile y le regaña por su actitud, su falta de amor y caridad, y le recuerda que Jesucristo vino al mundo sobre todo por esos a los que expulsó de allí, que eran los más necesitados del amor del Padre, y manda al fraile a buscarlos. Este, cuando llega donde están, se disculpa ante ellos, les pide perdón y les pide que vuelvan para recibir un poco de caridad. Los ladrones, conmovidos, sufren una conversión radical y vuelven llorando arrpentidos por sus pecados. Vuelven estos hijos pródigos, por un solo acto de puro amor. Tres almas más que ha ganado este gran santo, porque no les recrimina, no busca su pecado, solo piensa en darles amor. Ya se encargará el mundo de juzgarlos: a él le tocaba darles amor.

        A mí me gustaría parecerme a San Francisco, porque se parecía a Jesucristo. Mi Maestro, mi Dios y mi amor, mi vida entera, mi corazón. Que sea capaz de ver las cosas como Él las ve.

        San Pablo lo dice con una claridad diáfana en la segunda carta a los Corintios, en el capitulo 13, si no me equivoco, cuando define el amor.

        Y Jesús lo dice muy claro, al menos a mí me queda muy claro: a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. Dejemos la justicia al César y demos a nuestros hermanos lo que es de Dios…: amor.

        Que Dios os bendiga, a ambos.

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