LA CONFIANZA COMO ACTITUD EDUCATIVA. CAPÍTULO 2
LA CONFIANZA COMO ACTITUD PERMANENTE
Juan Manuel Verdaguer Masllorens-Joan Valls Julià
a) Tomemos, por ejemplo, el interés que muestran los padres o responsables de los niños por lo que éstos hacen en la escuela o deben hacer con relación a ellos.
De hecho, está demostrado que los padres mantienen un notable y constante interés por todas estas cosas, y que raros son los que no se acercan a la escuela o procuran hablar con alguno de los maestros o maestras. Además, es lo corriente que los padres deseen que sus hijos alcancen niveles de estudios más elevados que ellos mismos. Desde la más temprana edad, se hacen las gestiones oportunas, a veces harto difíciles, para que los niños empiecen sus estudios. Toda la familia se vuelca hacia estos niños. Les llueven consejos y se está bastante encima de ellos. Por lo general, esto ocurre los primeros años.
Mas no nos sorprende ver que esta actitud interesada de los padres puede decrecer a medida que el niño se va haciendo mayor. ¿Cuáles son las causas? Pienso que, principalmente, es el hecho de que no ha resultado lo inteligente o capacitado que pensábamos o que las dificultades se han ido multiplicando en lugar de suavizarse.
Es posible que el interés e ilusión por las cosas y hechos que el niño realiza en la escuela vayan decreciendo, produciendo en el niño, después chico, una sensación de frustración o de inutilidad hacia todo este campo de la actividad intelectual.
Con frecuencia, hablando con los padres, les he propuesto una técnica o habilidad para mantener constantemente esta actitud de interés. No es fácil de hacer. Se trata de revisar y de comentar con el niño, de tú a tú, sin otros testigos, cada quince días, los trabajos realizados en cuadernos, cuadernillos o libretas. Aunque algunas veces lo haga la madre, insisto en que es de mucha más eficacia si lo hace el padre.
Con ello conseguimos que el niño vea que el interés del padre no es teórico o limitado a preguntas más o menos vagas sobre lo que hace; el niño ve que su padre, hombre muy ocupado, dedica a su hijo o hija una parte de su valioso tiempo. La figura y personalidad del padre se engrandece ante la mirada llena de gratitud del niño.
Por otro lado, conseguimos que nos engañe menos, pues por lo general, cuando hay desinterés hay engaño, más o menos consciente. Este trabajo es eficaz, pues fuerza, sin violencia, a que el niño se esmere y mejore en sus estudios.
Un ambiente de OPTIMISMO, conseguido por los que rodean al niño, contribuye a mejorar el ritmo de trabajo. Recuerdo una anécdota entre profesor: “Era el segundo día de clase. Los profesores aprovechaban un corto descanso para comentar los incidentes del día. Uno de ellos decía: “Nos vamos atrasando; tendríamos que organizar las cosas con mayor rapidez, mejor”. La mayoría le miraron extrañados, pues tenían otra impresión. Por fin, Miguel le replicó: “Bueno, bueno, yo no diría lo mismo. Ya llegaremos poco a poco a ponerlo todo en marcha. Creo que somos uno de los equipos que van mejor.”
(Continuará.)
Como padre, creo que mi propia educación fallaría si no quisiera que mi hija fuera mucho mejor que yo, no sólo en estudios, sino en todas las cualidades y virtudes.
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Con palabras más acertadas -no lo recuerdo bien-, un amigo mío, padre y pedagogo, decía que su misión era educar a sus hijos de tal forma que un día empezasen a llevarle la contraria. Si hay alguien en el mundo lejano al relativismo, es este amigo. Por eso, sólo puedo imaginar que quería que le llevasen la contraria en lo contingente.
Porque la verdad es la Verdad, y no nos bajamos del burro (como fue dicho, doy fe, en una clase de teología); pero cuando más se profundiza en la verdad, más ramificaciones posibles se le encuentran a la espelunca. De hecho, en la Iglesia hay unos pocos dogmas y muchos millones de opiniones. Para formarse una opinión, hay profundizar en la espelunca; que significa “caverna”, para el vecino del quinto, que no me habrá entendido.
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