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LA SABIDURÍA DE DIOS SEGÚN FRAY VICENTE-XI

7 abril 2013
by

UNA VIDA SIN RUIDO

Fray Vicente (Buenos Aires) Franciscan habit.jpg

            Tanto han hablado los comentaristas del blog sobre José en estos días, a raíz de la publicación acerca de la visita de la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel[1], que mientras rezaba los Misterios Gozosos, comencé a pensar un poco en José y quisiera compartir con ustedes esas ideas.

            La primera conclusión a la que llegué es que la biografía completa de San José está contenida en 19 versículos del Evangelio según San Mateo.

            San Marcos ni siquiera lo menciona. San Juan hace alusión a él dos veces, pero de manera indirecta; y San Lucas habla de José en conexión con el censo que tuvo lugar y que le hizo subir de Nazaret junto con María para empadronarse en Belén.  Más adelante, vuelve a mencionar su nombre en la escena del pesebre, en la presentación de Jesús en el Templo, cuando el niño se perdió a la edad de doce años y para referirse al parentesco que la gente pensaba que lo unía con Jesús.   Pero en ninguna de esas circunstancias aparece José en el papel protagónico que sí desempeña en el Evangelio de San Mateo.

            La segunda conclusión que saqué es que no hay constancia de ninguna palabra que él haya dicho. Es por eso que digo que José es una vida sin ruido.

            Y al pensar en estas cosas, recordé unas palabras de San Francisco de Osuna en su Tercer Abecedario Espiritual, donde dice que “lo que falta no es el escribir y el hablar, sino el callar y el obrar”. Y San José, con su vida, es un testimonio vivo de esa realidad. Él no dijo nada, él hizo.

            Vamos a ver, pues, qué nos revela el Evangelio.

            Lo primero que la Biblia enseña, en Mateo 1:19, es que José era justo.  La palabra griega utilizada en este versículo es “díkaios”, y significa “inocente”, “santo”.  Luego José era un hombre inocente y santo; un hombre de Dios.

            En el versículo 19, leemos:

“José, su marido (de María), como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente.” 

            Sabía que María estaba encinta y se sentía muy afligido. No obstante, no le pidió explicaciones. Además, la amaba tanto que no quería desacreditarla. Y para ello, decidió marcharse en secreto, sin previo aviso.

            Él tenía todo el derecho a acusarla ante el Sanedrín y hacer que la castigaran.  De acuerdo con la Ley de Moisés, podían apedrearla por haber fornicado en casa de su padre.

            En Deuteronomio 22:20-21, leemos:

Pero si resulta que es verdad, si no aparecen en la joven las pruebas de la virginidad, sacarán a la joven a la puerta de la casa de su padre, y los hombres de su ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido una infamia en Israel prostituyéndose en casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti.”

            José sabía de esa ley, pero prefirió irse a hurtadillas. De ese modo, la responsabilidad podrían atribuírsela a él y María saldría indemne de aquel embrollo.  Pensarían quizás que él se había aprovechado de la doncella, forzándola, y la había deshonrado. Pero no le importaba. Él prefería que lo juzgaran mal y que no le causaran ningún daño material ni moral a María. Su fuga repentina lo haría parecer culpable ante los ojos de todos; y por tanto, a Nazaret no podría regresar jamás. Ésa era, empero, la única manera –pensaba él– en que María tendría ocasión de justificar su falta: alegando que el fugitivo José había abusado de ella y la había abandonado después.

            Eso sí es amor y amor de verdad, porque es un amor que se entrega y que se olvida de sí mismo para anteponer a los demás aun a costa del propio prestigio, de la propia honra, del propio testimonio. En más de una ocasión, Jesús también puso en juego su prestigo andando y comiendo con rameras, publicanos y pecadores.

            Y ahora, en el versículo 20 de Mateo 1, dice que:

“…pensando él en esto, un ángel se le apareció en sueños…”

            Y le contó la historia más descabellada, absurda e inverosímil que jamás nadie hubiera podido oír, y le dijo:

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es”.

            Pero José era un “hombre de fe”, y creyó a pies juntillas lo que aquel ángel le dijo. No dudó, no hizo ninguna pregunta, no presentó ningún argumento, no discutió… José creyó, y por ese motivo, leemos en el versículo 24 que “despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer”.

            Y aunque no pronunció ninguna palabra (como era su costumbre), con su actitud estaba diciéndole al Señor:

“He aquí Tu siervo, hágase en mí según Tu Palabra”.

Y ésa es otra virtud del justo y amoroso José: la obediencia.

José obedecía sistemáticamente todas las órdenes que Dios le daba.

            Cuando, después de nacido Jesús, otro ángel le ordenó –según leemos en Mateo 1:13– “Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga…”, dice la Palabra de Dios que “él tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto”.   Y cuando, después de siete años (de acuerdo con lo que nos enseña la tradición), otro ángel se le apareció en sueños y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel”, él “se levantó, tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel”.

            José era un autómata… Si Dios le ordenaba que fuera, él iba;  si le ordenaba que se detuviera, él se detenía. Pero ¿no dice acaso San Francisco de Sales que el libro de la santidad lleva por título Hacer la voluntad de Dios?

            No cabe, pues, sorprenderse de que José fuera un alma enteramente contemplativa. Era un hombre justo, fiel, amoroso, obediente, silencioso. Y, por tanto, vivía en una comunión plena con Dios.

            Y por último, José desaparece en la penumbra del relato evangélico… como si no contara ya para nada.  Sin embargo,

            si no hubiera sido por la santidad de José…;

            si no hubiera sido por el amor heroico de José, que cedía sus derechos y prefería auto-inmolarse…;

            si no hubiera sido por la fe inquebrantable de José…;

            si no hubiera sido por la obediencia total de José…

            José es, pues, una vida sin ruido, pero que habla muy alto…, que canta alabanzas a Dios…

            “Lo que haces grita tan alto que no oigo lo que me dices”.


[1] Fray Vicente alude a su artículo “Reflexión cuaresmal de última hora” (“La sabiduría de Dios según Fray Vicente-VIII”) y a los interesantes comentarios.

7 comentarios leave one →
  1. 7 abril 2013 16:28

    He oído a menudo la hermosa expresión de «la catequesis de los silencios de San José». Pero me falta humildad para imitarla, y a lo mejor muchas veces intento suplantar a Dios.
    Tengo que pedirle a San José que me enseñe a callar: a confiar más y hablar menos.

    ¿Es San José padre de Jesús? No, y más bien sí. Mucho más bien sí que no. Muchísimo. Fisiológicamente, no. Pero Juan XXIII lo llamó «la sombra del Padre»…

    San Agustín enseña que es más padre que los padres naturales, y hace muchos años que yo compuse una oración para después del Rosario en la cual le digo: «Tú no eres padre según la carne, y sin embargo eres más padre de Jesús que lo son de sus hijos los padres según la carne». Porque ¿qué es más de padre -argumenta, más o menos, S. Agustín-, engendrar el cuerpo, o cuidar de lo espiritual? «El niño crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres», y si era, como creemos, verdadero hombre, necesitó de la educación de María y de la educación y la autoridad doméstica de José.
    Por otro lado, Jesús es hijo de la virginidad de María, pero, sin el respeto por parte de José, ¿hubiera sido posible esa virginidad? Jesús es hijo de la virginidad de María y de la virginidad de José.

    ¡Tus silencios de fuego, San José! Ellos arden más que las estrellas en la presencia de Dios.

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  2. Aedes permalink
    7 abril 2013 17:25

    Hace un tiempo, en un grupo de oración en el que participábamos varias familias, meditábamos sobre la figura de San José. Alguien dijo: «Vaya papelón, el que le tocó hacer». Y yo estaba de acuerdo con eso; pero, ahora que el texto de fray Vicente me ha aclarado las posibles consecuencias del embarazo de María, lo veo aún más claro. Haciendo un juego de palabras fácil, podríamos decir que el papelón de san José significó un gran papel en la historia de la Redención.

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    • Fray Vicente permalink
      8 abril 2013 10:31

      Excelente conclusión que, con permiso de Aedes, voy a usar en charlas y sermones: «El papelón de San José significó un gran papel en la historia de la Redención». ¡Magnífico!

      Y eso me hace pensar -aunque en otro sentido- en cómo Dios también arregla nuestros «papelones» para que redunden en Su gloria y honra.

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  3. Fray Vicente permalink
    7 abril 2013 19:24

    Gracias, Padre Miguel, por su comentario, que, como siempre, es tan valioso. La figura de San José -al igual que la de María- es como un adorno de preciosa hermosura dentro del contexto de la vida de Jesús. Es increíble que una vida espiritual tan rica, tan fecunda y tan completa pueda sintetizarse en 19 versículos. Pero creo que ésa es otra virtud, porque a medida que un alma se acerca más a Dios y se llena más de Él y alcanza cimas insospechadas, se va simplificando más y más y más.

    Cuando San Pablo escribió a los corintios por segunda vez, les dijo lo siguiente: «…temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo». Y resulta muy significativo observar que el sustantivo «fidelidad» pueda traducirse también como «sencillez» o «simplicidad».

    Mi director espiritual insistía siempre en esa virtud: la sencillez.

    Por eso Jesús dijo que teníamos que llegar a ser como niños.

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  4. Calamardo permalink
    11 abril 2013 0:13

    En un mundo en que tanto se ha desfigurado el honor, podemos entender como una deshonra la situación que afrontó San José, cuando es todo lo contrario. En consecuencia con su propia dignidad (que no es otra cosa el honor), asumió la realidad, aun cuando nadie la iba a comprender ni creer.
    Señor: Te pido que nos honren mucho actuaciones que puedan parecer muy dudosas, que no nos dejemos llevar por el temor al «qué dirán» y lleguemos un día al «qué puedo decir de mí mismo».

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  5. Amelia permalink
    16 abril 2013 12:21

    San José es uno de mis santos preferidos. Le encargo mis casos imposibles. Como dijo Santa Teresa, «nadie que se encomiende a San José saldrá defraudado». Es el santo de la discreción y la humildad. Siempre pienso qué malas noches pasaba el pobre. No lo dejaban dormir tranquilo. Gracias, Fray Vicente.

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    • Fray Vicente permalink
      16 abril 2013 14:34

      Ojalá que yo pasara esas malas noches también, por lo menos una vez al año.

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